Estamos en un país donde la derecha nos roba las calles, los obispos asaltan las tribunas y los lobos se afilan los dientes. Un país donde los políticos tienen un precio y los obreros votan a las derechas. Un país donde la cultura se cubre de polvo, la incultura se pone de moda y la televisión se llena de mierda. Un país donde la democracia es cosa de cuatro, los jueces se cubren de gloria y los reyes se hacen de oro. Un país donde la gente se muere de miedo, los patrones se mueren de risa y los banqueros nos quitan el sueño.
No es fácil luchar contra todo un estado de cosas cuando pocos se atreven a declarar la guerra a la corrupción, la incultura, la ignorancia y la injusticia. Y mucho menos cuando los valores de la solidaridad han sido aplastados por los del individualismo, y cuando el sistema ha conseguido enfrentar entre sí a quienes deberían unirse para no dejar piedra sobre piedra del templo de los miserables. Cuando los bancos han puesto de rodillas a millones de trabajadores, no debería quedar uno que no fuera de nuestra propiedad. Cuando cientos de miles de inmigrantes son humillados y encadenados a situaciones de miseria y marginación, ninguno debería quedar sin rebelarse contra la opresión. Cuando a alguien se le pasa por la cabeza recortar el más mínimo derecho social o laboral, el miedo a ser devorado no debería dejarle dormir ni un segundo.
Mientras vivamos en un país donde los trileros del lenguaje sigan hipnotizando corderos, donde los que se llaman “socialistas” violen reiteradamente la memoria de quienes si lo son, o lo fueron, y mientras la gente no recupere la capacidad de soñar y luchar por lo imposible, nada cambiará. Los eternamente utópicos, los infatigables, los imprescindibles seguirán luchando contra gigantes, a pesar de la mirada escéptica de millones de personas. Pero un día, quizá más pronto que tarde, el virus del optimismo de quienes se rebelan una y otra vez contra la injusticia, se contagiará, y nadie conoce vacunas contra el optimismo.
Pero, ante todo ello, en Camas (en otros sitios lamentablemente también) se vende como aceptable el resultado electoral si la coyuntura nos acompaña y conseguimos subir un punto y medio como dicen las encuestas, seguimos engañándonos con asambleas en las que siempre nos vemos las caras los mismos, hemos renunciado a salir a la calle a buscar a nuestra gente, casa por casa si es necesario, ilusionarlos con un proyecto, hacerles ver que estamos ahí para dar lo mejor de nosotros mismos, predicar con el ejemplo y hacernos el firme propósito incluso de asaltar los cielos. Podemos tender puentes entre todas esas gentes de izquierda que quieren acabar con un sistema injusto que se hace cada vez más temible, o optar como se ha hecho en Camas por olvidarnos de ellos con acuerdos incomprensibles, documentos infumables e iniciativas surrealistas.
Sencillamente: muy acertado y certero. Me gusta tanto la forma como el fondo. Genial.
ResponderEliminarSólomente quisiera hacer dos puntualizaciones para evitar confusiones. Primero que este texto es parte de una carta mucho más larga remitida por mi a algunos compañeros y compañeras de Izquierda Unida de Camas en la que se explicitan mi opinión ante los últimos acuerdos adiptados y, segundo (como decía en el texto completo), que además de mis refelexiones utilizo parte del texto publicado por el camarada Javier Parra.
ResponderEliminarEnrique Castro